Misa de Consagración del altar.

Dedicación de una iglesia
en la cual ya se celebran habitualmente
los sagrados misterios
NORMAS GENERALES
Para que se perciba plenamente la fuerza de los símbolos y el sentido del rito, la inauguración de una nueva iglesia debe hacerse juntamente con su dedicación; por eso, como antes se dijo, se evitará, en lo posible, celebrar la misa en la nueva iglesia antes de dedicarla (cf. Introducción a la dedicación de una iglesia, núms. 8. 15. 17: pp.382,  384 y 385). Sin embargo, cuando se dedican iglesias en las cuales ya se acostumbra celebrar los sagrados misterios, se utilizará el rito que se propone a continuación.
 Además, hay que distinguir aquellas iglesias recientemente construidas, en las cuales el motivo para dedicarlas aparece más claro, de aquellas otras que se han edificado hace ya largo tiempo. Para dedicar estas últimas se requiere:
a) Que el altar no esté aún dedicado, pues tanto la costumbre como el derecho litúrgico prohiben, con razón, dedicar una iglesia sin dedicar su altar, ya que esto último es la parte principal de todo el rito.
b) Que haya tenido lugar en el edificio algo nuevo o muy cambiado, sea en su construcción material (por ejemplo, una radical restauración), sea en su estatuto jurídico (por ejemplo, su elevación a iglesia parroquial).
Todo lo que se ha dicho en la Introducción a la dedicación de una iglesia vale también para este rito, a no ser que algo se vea claramente que es extraño a la realidad de las cosas que precisamente este rito tiene en cuenta, o que se prescriba de otra manera.
Este rito difiere del de la dedicación de una iglesia (pp. 390-412.), sobre todo en lo siguiente :
a) Se omite el rito de abrir las puertas de la iglesia (cf. p. 392, o p. 394), puesto que la iglesia ya estaba abierta a los fieles. Por eso la entrada se hace en la forma sencilla (cf. p. 395). Pero, si se trata de dedicar una iglesia que estuvo cerrada por largo tiempo y que ahora se abre de nuevo para las celebraciones sagradas, sí que se puede realizar este rito, que, en este caso, conserva su fuerza y su sentido.
o)  El rito de entrega de la iglesia al obispo (cf. p.391, o p.394, o p.397), según las circunstancias, se conservará, se omitirá o se adaptará a la condición de la iglesia que se va a dedicar (se conservará en la dedicación de una iglesia recién edificada; se omitirá en la dedicación de una iglesia antigua que no ha sido cambiada en su estructura material; se adaptará en la dedicación de una iglesia antigua, pero profundamente restaurada).
c)  El rito de rociar con agua bendita los muros de la iglesia (cf. pp- 397-398), que tiene una índole lustral, se omite.
d) Lo que es propio de la primera proclamación de la palabra de Dios (cf. p. 399) se omite y, por lo mismo, la liturgia de la palabra se hace en la forma acostumbrada; en lugar de la primera lectura del libro de Nehemías (8, l-4a. 5-6. 8-10), seguida del salmo responsorial 18 B, 8-9. 10. 15 (cf. p. 399), se elige otra lectura adecuada.



RITOS INICIALES
Entrada
Estando reunido el pueblo, el obispo y los presbíteros concelebrantes, los diáconos y ministros, revestidos con sus respectivas vestiduras litúrgicas, salen de la sacristía, precedidos por el crucifero, y se dirigen hacia el presbiterio por la nave de la iglesia.
Las reliquias de los santos, si hay que ponerlas debajo del altar, se llevan en esa misma procesión de entrada, desde la sacristía o desde la capilla donde ya desde la vigilia han sido expuestas a la veneración de los fieles. Sin embargo, por una causa justa, se pueden colocar, antes del comienzo del rito, en un sitio adecuado del presbiterio, en medio de antorchas.
Durante la procesión, se canta una de las antífonas de entrada siguientes, con el salmo 121 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado:


Dios vive en su santa morada,
Dios que hace habitar a sus hijos unidos en su casa,
él da fuerza y poder a su pueblo.
O bien:
Vamos alegres a la casa del Señor.
¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén. 
Jerusalén está fundada
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor. 
Según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia
en el palacio de David. 
Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios.» 
Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo.»
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien. 
Cuando la procesión llega al presbiterio, se colocan las reliquias en un sitio adecuado, en medio de antorchas. Los presbíteros concelebrantes, los diáconos y ministros van a sus puestos. El obispo, sin besar el altar, va a la cátedra. Luego, deja el báculo, se quita la mitra y saluda al pueblo con estas u otras palabras tomadas preferentemente de la sagrada Escritura:


La gracia y la paz estén con todos vosotros, en la santa Iglesia de Dios.
El pueblo contesta:
Y con tu espíritu.
O bien otras palabras adecuadas.

Entonces, si según las circunstancias (cf. Normas generales, p. 413) se ha de entregar
la iglesia al obispo, los delegados de quienes edificaron la iglesia (fieles de la parroquia o de la diócesis, donantes, arquitectos, obreros) hacen entrega del edificio al obispo, presentándole, según las circunstancias o las escrituras de posesión del edificio, o las llaves, o el plano del edificio, o el libro que describe la marcha de la obra con los nombres de quienes la dirigieron y de los obreros. Uno de los delegados se dirige brevemente al obispo y a la comunidad, para ilustrar, si es el caso, el significado de la arquitectura de la iglesia.
Bendición y aspersión del agua
Terminado el rito de entrada, el obispo bendice el agua para rociar al pueblo en señal de penitencia y en recuerdo del bautismo.
Los ministros llevan el agua al obispo, que está de pie en la cátedra. El obispo invita a todos a orar con estas u otras palabras parecidas:

Queridos hermanos, al dedicar a Dios nuestro Señor esta casa (este altar)  supliquémosle que bendiga esta agua, creatura suya, con la cual seremos rociados, en señal de penitencia y en recuerdo del bautismo. Que el mismo Señor nos ayude con su gracia, para que, dóciles al Espíritu Santo que hemos recibido, permanezcamos fieles en su Iglesia.

Y todos oran, por unos instantes, en silencio. Luego, el obispo continúa:

Dios, Padre nuestro, fuente de luz y de vida, que tanto amas a los hombres que no sólo los alimentas con solicitud paternal, sino que los purificas del pecado con el rocío de la caridad y los guías constantemente hacia Cristo, su Cabeza; y así has querido, en tu designio misericordioso, que los pecadores, al sumergirse en el baño bautismal, mueran con Cristo y resuciten inocentes, sean hechos miembros suyos y coherederos del premio eterno; santifica con tu bendición + esta agua, creatura tuya, para que, rociada sobre nosotros, sea señal del bautismo, por el cual, lavados en Cristo, llegamos a ser templos de tu Espíritu; concédenos a nosotros y a cuantos en esta iglesia celebrarán los divinos misterios llegar a la celestial Jerusalén.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
El obispo, acompañado por los diáconos, rocía con agua bendita al pueblo. Luego, si el altar es totalmente nuevo, lo rocía también. Mientras tanto, se canta una de las antífonas siguientes u otro canto adecuado:
He visto el agua que brotaba
del lado derecho del templo, aleluya;
y todos a quienes alcanzó el agua
han sido salvados y dicen:
Aleluya, aleluya.
En tiempo de Cuaresma:
Cuando manifieste mi santidad
por medio de vosotros,
os reuniré de todos los países;

derramaré sobre vosotros un agua pura:
de todas vuestras inmundicias os he de purificar;
y os infundiré un espíritu nuevo.
Después de la aspersión, el obispo regresa a la cátedra y, terminado el canto, dice, de pie, con las manos juntas:

Dios, Padre de misericordia,
con la gracia del Espíritu Santo,
purifique a quienes somos templo vivo
para su gloria.
Amén.


Himno y colecta
Luego, se dice el himno Gloria a Dios en el cielo, salvo en los tiempos de Adviento y Cuaresma.
Terminado el himno, el obispo, con las manos juntas, dice:
Oremos.
Todos oran, por unos instantes, en silencio. Luego, el obispo, con las manos extendidas, dice:

Dios todopoderoso y eterno,
derrama tu gracia sobre este lugar
y socorre con tu auxilio a cuantos te invocan,
para que la eficacia salvadora de tu palabra
y de los sacramentos
confirme el corazón de tus fíeles.
Por nuestro Señor Jesucristo.
Amén.

LITURGIA DE LA PALABRA
Todos se sientan y el obispo recibe la mitra. Luego, sigue la liturgia de la palabra; las lecturas se toman de los textos propuestos en el Leccionario para la celebración de la dedicación de una iglesia (pp. 626-628).

Para el evangelio no se llevan ciriales ni incienso.
Después del evangelio, el obispo hace la homilía, en la que explica las lecturas bíblicas y el sentido del rito.

Terminada la homilía, se dice el Credo. En cambio, se omite la oración de los fieles, ya que en su lugar se cantan las letanías de los santos.


ORACIÓN DE DEDICACIÓN Y UNCIONES
Letanías de los santos
Después, el obispo invita al pueblo a orar, con estas u otras palabras parecidas:
Oremos, queridos hermanos,
a Dios Padre todopoderoso,
quien de los corazones de los fieles
ha hecho para sí templos espirituales,
y juntemos nuestras voces
con la súplica fraterna de los santos.

Fuera de los domingos y del tiempo pascual, el diácono dice:
Pongámonos de rodillas.
E, inmediatamente, el obispo se arrodilla ante su sede; también los demás se arrodillan.
Entonces, se cantan las letanías de los santos, a las que todos responden. En ellas se añadirán, en sus sitios respectivos, las invocaciones del titular de la iglesia, del patrono del lugar y, si es del caso, de los santos cuyas reliquias se van a colocar. Se pueden añadir también otras peticiones conforme a la naturaleza especial del rito y a la condición de los fieles.



Señor, ten piedad.
Cristo, ten piedad.
Señor, ten piedad.
Santa María, madre de Dios,
San Miguel,
Santos ángeles de Dios,
San Juan Bautista,
San José,
Santos Pedro y Pablo,
San Andrés,
San Juan,
Santa María Magdalena,
San Esteban,
San Ignacio de Antioquía,
San Lorenzo,

Santas Perpetua y Felicidad,
Santa Inés,
San Gregorio,
San Agustín,
San Atanasio,
San Basilio,
San Martín,
San Benito,
Santos Francisco y Domingo,
San Francisco Javier,
San Juan María Vianney,
Santa Catalina de Siena,
Santa Teresa de Ávila,
Todos los santos y santas de Dios,
Muéstrate propicio,            LÍBRANOS, SEÑOR
De todo mal,             
De todo pecado,
De la muerte eterna,
Por tu encarnación,
Por tu muerte y resurrección,
Por la efusión del Espíritu Santo,
Nosotros, que somos pecadores,             TE ROGAMOS, ÓYENOS
Para que gobiernes y conserves
a tu santa Iglesia.

Para que asistas al papa
y a todos los miembros del clero
en tu servicio santo.

Para que concedas paz y concordia
a todos los pueblos de la tierra.

Para que nos fortalezcas y asistas
en tu servicio santo.

Para que consagres esta iglesia,

Jesús, Hijo de Dios vivo,
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.

Acabadas las letanías, el obispo (si está arrodillado, se pone de pie), con las manos extendidas, dice:

Te pedimos, Señor
que, por la intercesión de la santa Virgen María
y de todos los santos,
aceptes nuestras súplicas,
para que este lugar que va a ser dedicado a tu nombre.
sea casa de salvación y de gracia,
donde el pueblo cristiano,
reunido en la unidad,
te adore con espíritu y verdad
y se construya en el amor.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.


Fuera de los domingos y del tiempo pascual, el diácono dice:
Podéis levantaros.

Y todos se ponen de pie.
El obispo vuelve a ponerse la mitra.
Si no se colocan las reliquias de los santos, el obispo dice en seguida la oración de dedicación, como se indica más adelante (p. 421).
Colocación de las reliquias
Si se van a colocar debajo del altar algunas reliquias de mártires o de otros santos, el obispo va al altar. Un diácono o un presbítero lleva las reliquias al obispo, quien las coloca en el sepulcro preparado para recibirlas. Mientras tanto, se canta una de las antífonas siguientes, con el salmo 14 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado:
R- Santos de Dios, que habéis recibido un lugar bajo el altar,
interceded por nosotros ante el Señor Jesucristo.
O bien:
Los cuerpos de los santos fueron sepultados en paz
y su fama vive por generaciones (T. P. Aleluya.)
Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda
y habitar en tu monte santo? 
El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua.
El que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino,
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor. R'.
El que no retracta lo que juró
aun en daño propio,
el que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.
El que así obra nunca fallará. R

Mientras tanto, un albañil cierra el sepulcro, y el obispo regresa a la cátedra.

Oración de dedicación
Hecho lo anterior, el obispo, de pie y sin mitra, junto a la cátedra o junto al altar, dice
en voz alta:

Oh Dios, santificador y guía de tu Iglesia,
celebramos tu nombre con alabanzas jubilosas,
porque en este día tu pueblo quiere dedicarte, para siempre,
con rito solemne, esta casa de oración,
en la cual te honra con amor,
se instruye con tu palabra
y se alimenta con tus sacramentos.
Este edificio hace vislumbrar el misterio de la Iglesia,
a la que Cristo santificó con su sangre,
para presentarla ante sí como Esposa llena de gloria,
como Virgen excelsa por la integridad de la fe,
y Madre fecunda por el poder del Espíritu.
Es la Iglesia santa, la viña elegida de Dios,
cuyos sarmientos llenan el mundo entero,
cuyos renuevos, adheridos al tronco,
son atraídos hacia lo alto, al reino de los cielos.

Es la Iglesia feliz, la morada de Dios con los hombres,
el templo santo, construido con piedras vivas,
sobre el cimiento de los Apóstoles,
con Cristo Jesús como suprema piedra angular.
Es la Iglesia excelsa,
la Ciudad colocada sobre la cima de la montaña,
accesible a todos, y a todos patente,
en la cual brilla perenne la antorcha del Cordero
y resuena agradecido el cántico de los bienaventurados.
Te suplicamos, pues, Padre santo,
que te dignes impregnar con santificación celestial
esta iglesia y este altar,
para que sean siempre lugar santo
y una mesa siempre lista para el sacrificio de Cristo.
Que en este lugar el torrente de tu gracia
lave las manchas de los hombres,
para que tus hijos. Padre, muertos al pecado,
renazcan a la vida nueva.
Que tus fieles, reunidos junto a este altar,
celebren el memorial de la Pascua
y se fortalezcan con la palabra y el cuerpo de Cristo.
Que resuene aquí la alabanza jubilosa
que armoniza las voces de los ángeles y de los hombres,
y que suba hasta ti la plegaria por la salvación del mundo.
Que los pobres encuentren aquí misericordia,
los oprimidos alcancen la verdadera libertad,
y todos los hombres sientan la dignidad de ser hijos tuyos,
hasta que lleguen, gozosos, a la Jerusalén celestial.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios, por los siglos de los siglos.
R. Amén.


Unción del altar y de los muros de la iglesia
Luego, el obispo se quita, si es necesario, la casulla y toma un gremial, va al altar con los diáconos y otros ministros, uno de los cuales lleva el recipiente con el crisma, y procede a la unción del altar y de los muros de la iglesia, tal como se describe más adelante.

Si el obispo quiere asociarse, en la unción de los muros, a algunos de los presbíteros que concelebran con él el rito sagrado, terminada la unción del altar, les entrega los recipientes con el sagrado crisma y procede con ellos a realizar las unciones.

El obispo puede encomendar también esta unción de los muros a los presbíteros para que la hagan ellos solos, en cuyo caso, después de la unción del altar, les hace entrega de los recipientes con el santo crisma.

El obispo, de pie ante el altar, dice en voz alta:

El Señor santifique con su poder
este altar y esta casa que vamos a ungir,
para que expresen con una señal visible
el misterio de Cristo y de la Iglesia.

Luego, vierte el crisma en el medio y en los cuatro ángulos del altar, y es aconsejable que unja también toda la mesa.

A continuación, unge los muros de la iglesia, signando con el santo crisma las doce o cuatro cruces adecuadamente distribuidas, con la ayuda, si se juzga oportuno, de dos o cuatro presbíteros.

Si ha encomendado la unción de los muros a los presbíteros, éstos, cuando el obispo ha terminado la unción del altar, ungen los muros de la iglesia, signando las cruces con el santo crisma.

Mientras tanto, se canta una de las antífonas siguientes, con el salmo 83, 2-10 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado;

R. Ésta es la morada de Dios con los hombres,
y acampará entre ellos;
ellos serán su pueblo
y Dios estará con ellos (T. P. Aleluya.)

O bien:

El templo del Señor es santo,
es campo de Dios,
es edificación de Dios.
¡Qué deseables son tus moradas,
Señor de los ejércitos!
Mi alma se consume y anhela
los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne
se alegran por el Dios vivo. R.

Hasta el gorrión ha encontrado una casa;
la golondrina, un nido
donde colocar sus polluelos:
tus altares, Señor de los ejércitos,
Rey mío y Dios mío. R.

Dichosos los que viven en tu casa
alabándote siempre.
Dichosos los que encuentran en ti su fuerza
al preparar su peregrinación. R.

Cuando atraviesan áridos valles,
los convierten en oasis,
como si la lluvia temprana
los cubriera de bendiciones;
caminan de altura en altura
hasta ver a Dios en Sión. R.

Señor de los ejércitos, escucha mi súplica;
atiéndeme. Dios de Jacob.
Fíjate, ¡oh Dios!, en nuestro Escudo,
mira el rostro de tu Ungido. R.

Terminada la unción del altar y de los muros de la iglesia, el obispo regresa a la cátedra y se sienta. Los ministros le traen lo necesario para lavarse las manos. Luego, se quita el gremial .y se pone la casulla. También los presbíteros se lavan las manos después de ungir los muros.

Incensación del altar y de la iglesia
Después del rito de la unción, se coloca sobre el altar un brasero para quemar incienso o aromas, o, si se prefiere, se hace sobre el altar un montón de incienso mezclado con cerillas. El obispo echa incienso en el brasero o con un pequeño cirio que le entrega el ministro enciende el montón de incienso, diciendo:

Suba, Señor, nuestra oración
como incienso en tu presencia
y, así como esta casa se llena de suave olor,
que en tu Iglesia se aspire el aroma de Cristo.

Entonces, el obispo echa incienso en los incensarios e inciensa el altar. Luego, vuelve a la cátedra, es incensado y se sienta. Los ministros, pasando por la nave de la iglesia, inciensan al pueblo y los muros.

Mientras tanto, se canta una de las antífonas siguiente; con el salmo 137, 1-6 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado:..


R El ángel se puso en pie junto al altar,
con un incensario de oro.

O bien:

El humo del incienso
subió a la presencia de Dios, de mano del ángel.
Te doy gracias, Señor, de todo corazón;
delante de los ángeles tañeré para ti,
me postraré hacia tu santuario,
daré gracias a tu nombre, R.

Por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera a tu fama;
cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma. R.

Que te den gracias. Señor, los reyes de la tierra
al escuchar el oráculo de tu boca;
canten los caminos del Señor,
porque la gloria del Señor es grande. R.

El Señor es sublime, se fija en el humilde,
y. de lejos conoce al soberbio, R.

Iluminación del altar y de la iglesia
Terminada la incensación, algunos ministros secan con toallas la mesa del altar y la tapan, si es necesario, con un lienzo impermeable; luego, cubren el altar con el mantel y lo adornan, según sea oportuno, con flores; colocan adecuadamente los candelabros con los cirios requeridos para la celebración de la misa y también, si es del caso, la cruz.

Después, el diácono se acerca al obispo, el cual, de pie, le entrega un pequeño cirio encendido, diciendo en voz alta:

Brille en la Iglesia la luz de Cristo
para que todos los hombres lleguen a la plenitud de la verdad.

Luego, el obispo se sienta. El diácono va al altar y enciende los cirios para la celebración de la eucaristía.

Entonces, se hace una iluminación festiva: se encienden todos los. cirios, las candelas colocadas donde se han hecho las unciones y todas las lámparas de la iglesia, en señal de alegría.

Mientras tanto, se canta una de las antífonas siguientes, con el cántico de Tobías, 13,
10. 13-14ab. 14c-15. 17, u otro canto adecuado, de preferencia en honor de Cristo, luz
del mundo:

R.. Llega tu luz, Jerusalén,
y la gloria del Señor alborea sobre tí;
caminarán las naciones a tu luz. Aleluya.

En tiempo de Cuaresma:
Jerusalén, ciudad del Santo, brillarás cual luz de lámpara
y todos los confines de la tierra vendrán a ti.
Anuncien todos los pueblos sus maravillas
y alábenle sus elegidos en Jerusalén,
la ciudad del Santo. R.

Brillarás cual luz de lámpara
y todos los confines de la tierra vendrán a ti.
Pueblos numerosos vendrán de lejos
al nombre del Señor, nuestro Dios,
trayendo ofrendas en sus manos,
ofrendas para el rey del cielo. R.

Las generaciones de las generaciones
exultarán en ti.
Y benditos-para siempre todos los que te aman. R.


LITURGIA EUCARÍSTICA
Los diáconos y los ministros preparan el altar como de costumbre. Algunos fieles traen el pan, el vino y el agua para la eucaristía. El obispo recibe los dones en la cátedra, Mientras se llevan éstos, conviene cantar la antífona siguiente u otro canto adecuado:

Señor Dios nuestro, con sincero corazón, te ofrezco todo esto,
y veo, con alegría, a tu pueblo aquí reunido;

Señor, Dios de Israel, consérvanos fieles a ti. (T. P. Aleluya.)

Cuando todo está preparado, el obispo va al altar, deja la mitra y lo besa.

La misa continúa como de costumbre, pero no se inciensan los dones ni el altar.

Se dice la plegaria eucarística I o la III
Cuando el obispo toma el cuerpo de Cristo, se empieza el canto para la comunión. Se canta una de las antífonas siguientes, con el salmo 127 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado:

R.  Mi casa es casa de oración, dice el Señor;
en ella, el que pide recibe,
el que busca encuentra,
a quien llama se le abre. (T. P. Aleluya.)

O bien:
Corno renuevos de olivo,
serán los hijos de la Iglesia
alrededor de la mesa del Señor. (T. P. Aleluya.)
¡Dichoso el que teme al Señor
y sigue sus caminos! R.

Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien;
tu mujer como una vid fecunda,
en medio de tu casa. R.

Tus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa:
ésta es la bendición del hombre
que teme al Señor. R.

Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida;
que veas a los hijos de tus hijos.
¡Paz a Israel! R.

Si no se inaugura la capilla del santísimo sacramento, se continúa la misa como se indica más adelante (p. 429).

Inauguración de la capilla del santísimo sacramento
Conviene hacer la inauguración de la capilla de la reserva de la santísima eucaristía de la siguiente manera: Después de la comunión, se deja sobre la mesa del altar el copón con el santísimo sacramento. El obispo va a la cátedra y todos oran, por unos instantes, en silencio. Luego, d obispo dice la oración después de la comunión.

Después, el obispo vuelve al altar e inciensa, de rodillas, el santísimo sacramento y, tomando el velo humeral, recibe el copón en sus manos, cubiertas con dicho velo. Se ordena la procesión, en la cual, marchando todos detrás del crucifero, se lleva el santísimo sacramento con cirios e incienso por la nave de la iglesia a la capilla de la reserva.

Mientras tanto, se canta la antífona siguiente, con el salmo 147 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado:

R. Glorifica al Señor, Jerusalén.

Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas
y ha bendecido a tus hijos dentro de tí;
ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina. - R.

Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz;
manda la nieve como lana,
esparce la escarcha como ceniza. R.

Hace caer el hielo como migajas
y con el frío congela las aguas;
envía una orden, y se derriten;
sopla su aliento, y corren. R.

Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos, y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos. R.

Cuando la procesión llega a la capilla de la reserva, el obispo coloca el copón sobre el altar, o bien en el sagrario, dejando la puerta abierta, impone incienso e inciensa arrodillado al santísimo sacramento. Después de unos momentos de oración en silencio, el diácono pone el copón en el sagrario o bien cierra la puerta del mismo. Un ministro enciende la lámpara que arderá continuamente delante del santísimo sacramento.

Si la capilla de la reserva del santísimo sacramento puede ser vista fácilmente por los fieles, el obispo imparte allí inmediatamente la bendición del fin de la misa. En caso contrario, la procesión regresa al presbiterio por el camino más corto y el obispo imparte la bendición desde el altar o desde la cátedra.

Si no se inaugura la capilla del santísimo sacramento, terminada la comunión de los fieles, el obispo dice la oración después de la comunión.


Bendición final y despedida
El obispo toma la mitra y dice:
El Señor esté con ustedes.
El pueblo contesta :
Y con tu espíritu.

Luego, el diácono, si se juzga oportuno, invita al pueblo a recibir la bendición, con
estas palabras u otras" semejantes:
Inclinaos para la bendición.
Entonces, el obispo, con las manos extendidas sobre el pueblo, lo bendice diciendo
:
El Dios, Señor de cielo y tierra,
que os ha congregado para la consagración de este altar,
derrame sobre ustedes una copiosa bendición celestial.
R. Amén.

El obispo:
Y, ya que quiso reunir en su Hijo
a todos sus hijos dispersos por el mundo,
haga de ustedes templo suyo
y morada del Espíritu Santo.
R. Amén.

El obispo:
Para que así,
purificados de todo pecado,
sientan que Dios viene a ustedes
y en ustedes hace su morada,
y puedan alcanzar así la herencia eterna de los santos.
R.Amén.

El obispo toma el báculo y prosigue:
La bendición de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo + y Espíritu Santo,
descienda sobre ustedes.
R.. Amén.

Después de la bendición, el diácono despide a los presentes en la forma acostumbrada
(P.37).



INTRODUCCIÓN A LA DEDICACIÓN DE UN ALTAR
I. NATURALEZA Y DIGNIDAD DEL ALTAR
Cristo es el altar del nuevo Testamento
1. Los antiguos Padres de la Iglesia, meditando la palabra de Dios, no dudaron en afirmar que Cristo fue, al mismo tiempo, la víctima, el sacerdote y el altar de su propio sacrificio1.

En efecto, la carta a los Hebreos presenta a Cristo corno el sumo Sacerdote y, al mismo tiempo, como el Altar vivo del templo celestial2. Y en el Apocalipsis aparece nuestro Redentor como el Cordero degollado3, cuya oblación es llevada hasta el altar del cielo por manos del Ángel de Dios4.

También el discípulo de Cristo es un altar espiritual

2. Si Cristo, Cabeza y Maestro, es verdadero altar, también sus miembros y discípulos son altares espirituales, en los que se ofrece a Dios el sacrificio de una vida santa. Esto lo afirman ya los santos Padres. San Ignacio de Antioquía suplica a los Romanos: «El mejor favor que podéis hacerme es dejar que sea inmolado para Dios, mientras el altar está aún preparado»5. San Policarpo amonesta a las viudas a que vivan santamente, porque «son el altar de Dios»8. A estas voces, se une, entre otros, san Gregorio Magno: «¿Qué es el altar de Dios sino la mente de quienes viven honestamente?... Con razón, pues, el corazón de los justos es llamado el altar de Dios»\

O, según otra imagen célebre entre los escritores eclesiásticos, los fieles cristianos que se dedican por completo a la oración, que ofrecen a Dios el sacrificio de sus plegarias y súplicas, son ellos mismos piedras vivas con las que el Señor Jesús edifica el altar de la Iglesia".

El altar es la mesa del sacrificio y del convite pascual

3. El Señor Jesucristo, al instituir, bajo la forma de un banquete sacrificial, el memorial del sacrificio que iba a ofrecer al Padre en el ara de la cruz, santificó la mesa en la cual se reunirían los fieles para celebrar su Pascua. Así, pues, el altar es mesa de sacrificio y de convite en la que el sacerdote, en representación de Cristo Señor, hace lo mismo que hizo el Señor en persona y encargó a los discípulos que hicieran en conmemoración suya, todo lo cual resume admirablemente el Apóstol cuando dice: «El cáliz bendito que consagramos es la comunión de la sangre de Cristo; y el pan que partimos es la comunión del cuerpo del Señor. Y, puesto que es un solo pan, somos todos un solo cuerpo; ya que todos participamos de ese único pan> i»9.


El altar es signo de Cristo

4. Los hijos de la Iglesia pueden, según las circunstancias, celebrar en cualquier lugar el memorial de Cristo y acercarse a la mesa del Señor. Pero conviene al misterio  eucarístico que los fieles levanten un altar estable para celebrar la Cena del Señor, como se viene haciendo desde los tiempos antiguos.

El altar cristiano es, por su misma naturaleza, la mesa peculiar del sacrificio y del convite pascual:

— Es el ara peculiar en la cual el sacrificio de la cruz se perpetúa sacramentalmente para siempre hasta la venida de Cristo.

— Es la mesa junto a la cual se reúnen los hijos de la Iglesia para dar gracias a Dios y recibir el cuerpo y la sangre de Cristo.

Así, pues, en todas las iglesias el altar es el «centro de la acción de gracias que se hace por medio de la eucaristía»10, y el lugar a cuyo rededor giran de un modo u otro las demás acciones litúrgicas".

Por el hecho de que el memorial del Señor se celebra en el altar y allí se entrega a los fieles su cuerpo y su sangre, los escritores eclesiásticos han visto en el altar como un signo del mismo Cristo. De ahí la expresión: «El altar es Cristo.»

El altar es honor de los mártires
5. Toda la dignidad del altar le viene de sería mesa del Señor. Por eso los cuerpos de los mártires no honran el altar, sino' que éste dignifica el sepulcro de los mártires. Porque, para honrar los cuerpos de los mártires y de otros santos y para significar que el sacrificio de los miembros tuvo principio en el sacrificio de la Cabezal2, conviene edificar el altar sobre sus sepulcros o colocar sus reliquias debajo de los altares, de tal manera que «vengan luego las víctimas triunfales al lugar en que la víctima que se ofrece es Cristo; pero él sobre el altar, ya que padeció por todos, ellos bajo el altar, ya que han sido redimidos por su pasión»13. Esta disposición repite, en cierta manera, la visión de san Juan en el Apocalipsis: «Vi al pie del altar las almas de los que habían sido degollados por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que habían dado»14. Porque, aunque todos los santos son llamados, con razón, testigos de Cristo, sin embargo, el testimonio de la sangre tiene una fuerza especial que sólo las reliquias de los mártires colocadas bajo el altar expresan en toda su integridad.


II. ERECCIÓN DEL ALTAR
6. Conviene que haya un altar fijo en toda iglesia; en los demás lugares dedicados a las celebraciones sagradas, un altar fijo o móvil.

Un altar se llama fijo cuando está construido sobre el pavimento, de manera que no se pueda mover; se llama móvil si se puede trasladar16.

7. Conviene que en las nuevas iglesias no se construya sino un solo altar para que, dentro del único pueblo de Dios, el altar único exprese que uno solo es nuestro Salvador Jesucristo y que es única la eucaristía de la Iglesia.

Sin embargo, en la capilla destinada a la reserva del santísimo sacramento, que estará separada, en cuanto sea posible, de la nave de la iglesia, se podrá colocar otro altar, en el cual se pueda celebrar la misa para pequeños grupos de fieles, en los días entre semana.

Se evitará, de todas maneras, construir varios altares con el solo pretexto de adornar la iglesia.

8. El altar se construirá separado del muro, para que el sacerdote pueda rodearlo fácilmente y celebrar la misa de cara al pueblo. «Debe ocupar un lugar que sea verdaderamente el centro hacia el cual se dirija espontáneamente la atención de toda la asamblea de los fíeles»1".

9. Según la costumbre tradicional de la Iglesia y el simbolismo bíblico inherente al altar, la mesa del altar fijo será de piedra natural. Sin embargo, a juicio de las Conferencias episcopales, se puede utilizar otro material artificial, digno y sólido.

Las columnas o la base para sostener la mesa pueden construirse de cualquier material con tal que sea digno y sólido17.

10. Por su misma naturaleza, el altar se dedica sólo a Dios, puesto que el sacrificio eucarístico solamente se ofrece a él. En este sentido, debe entenderse la costumbre de la Iglesia de dedicar altares a Dios en honor de los santos, como lo expresa bellamente san Agustín: «A ninguno de los mártires, sino al mismo Dios de los mártires levantamos altares»18.

Esto se debe explicar con toda claridad a los fieles. En las nuevas iglesias no deben colocarse sobre el altar imágenes de santos.
Tampoco se colocarán sobre la mesa del altar reliquias de santos, cuando se expongan a la veneración de los fieles.

11. Es oportuno conservar la tradición de la liturgia romana de colocar reliquias de mártires o de otros santos debajo del altar19. Pero se tendrá en cuenta lo siguiente:
a) Las reliquias deben evidenciar, por su tamaño, que se trata de partes de un cuerpo humano. Se evitará, por tanto, colocar partículas pequeñas.
b) Debe averiguarse, con la mayor diligencia, la autenticidad de dichas reliquias. Es preferible dedicar el altar sin reliquias que colocar reliquias dudosas.
c) El cofre con las reliquias no se colocará ni sobre el altar, ni dentro de la mesa del mismo, sino debajo de la mesa, teniendo en cuenta la forma del altar.


P.B.

Cuando tiene lugar el rito de colocar las reliquias, es muy conveniente celebrar una Vigilia junto a las reliquias del mártir o santo, según se dijo antes en el número 10 de la Introducción a la dedicación de una iglesia (p.382).


III. CELEBRACIÓN DE LA DEDICACIÓN
Ministro del rito
12. Es competencia del obispo, que tiene encomendado el cuidado pastoral de la Iglesia particular, dedicar a Dios los nuevos altares levantados en su diócesis. Si no puede hacerlo personalmente, confiará este oficio a otro obispo, en particular a quien tuviere como asociado y colaborador en el cuidado pastoral de los Fieles para quienes se erige el nuevo altar; en circunstancias especialísimas, puede dar un mandato especial para ello a un presbítero.

Elección del día
13. Puesto que el altar llega a ser sagrado ante todo por la celebración eucarística, para conservar la verdad de las cosas se evitará celebrar la misa en el nuevo altar antes de su dedicación, de tal manera que la misa de la dedicación sea también la primera eucaristía que se celebra en ese altar.

14. Para dedicar un nuevo altar se elegirá un día en que sea posible gran asistencia de fieles, sobre todo el domingo, si no aconsejan otra cosa razones pastorales. Pero no se puede celebrar en la Semana santa, ni en el Miércoles de ceniza, ni en la Conmemoración de todos los fieles difuntos.

Misa de la dedicación
15. La celebración eucarística está íntimamente ligada al rito de la dedicación de un altar. Se dice la misa «En la dedicación de un altar». Pero, en la Natividad del Señor, en la Epifanía, en la Ascensión, en Pentecostés y en los domingos de Adviento, Cuaresma y Pascua, se dice la misa del día, salvo la oración sobre las ofrendas y el prefacio, que están íntimamente relacionados con el rito mismo.

16. Conviene que el obispo concelebre con los presbíteros presentes, particularmente con los responsables de la parroquia o de la comunidad para la cual se ha levantado el altar.



Partes del rito de la dedicación
A.  Ritos iniciales
17. Los ritos iniciales de la misa de la dedicación de un altar se hacen en la forma acostumbrada, pero, en lugar del acto penitencial, el obispo bendice el agua y rocía con ella al pueblo y el nuevo altar.

B. Liturgia de la palabra
18. En la liturgia de la palabra conviene hacer tres lecturas, tomadas, conforme a las rúbricas, sea de la liturgia del día (cf. núm. 15, p. 434), sea de las que propone el Leccionario para la celebración de la dedicación de un altar.

19. Después de las lecturas, el obispo hace la homilía, en la cual explica los textos bíblicos y el significado de la dedicación del altar.

Terminada la homilía, se dice el Credo. La oración universal o de los fieles se omite, ya que en su lugar se cantan las letanías de los santos.

C. Oración de dedicación y unción del altar
Colocación de las reliquias de los santos
20. Después del canto de las letanías, si es del caso, se colocan bajo el altar las reliquias, de mártires o de otros santos, para expresar que todos los que han sido bautizados en la muerte de Cristo, y especialmente los que han derramado su sangre por el Señor, participan de la pasión de Cristo (cf. núm, 5,p. 432).

La oración de dedicación
21. La celebración de la eucaristía es el rito máximo y el único necesario para dedicar un altar; no obstante, de acuerdo con la común tradición de la Iglesia, tanto oriental como occidental, se dice también una peculiar oración de dedicación, en la que se expresa la voluntad de dedicar para siempre el altar al Señor y se pide su bendición.

Unción, incensación, revestimiento e iluminación
22. Los ritos de unción, incensación, revestimiento e iluminación del altar expresan con signos visibles algo de aquella acción invisible que- Dios realiza por medio de la Iglesia cuando ésta celebra los sagrados misterios, en especial la eucaristía.

a) Unción del altar: En virtud de la unción con el crisma, el altar se convierte en símbolo de Cristo, que es llamado y es, por excelencia, el «Ungido», puesto que el Padre lo ungió con el Espíritu Santo y lo constituyó sumo Sacerdote para que, en el altar de su cuerpo, ofreciera el sacrificio de su vida por la salvación de todos.

b) Se quema incienso sobre el altar para significar que el sacrificio de  Cristo, que se perpetúa allí sacramentalmente, sube hasta Dios como suave aroma y también para expresar que las oraciones de los fíeles llegan agradables y propiciatorias hasta el trono de Dios20.

c) El revestimiento del altar indica que el altar cristiano es ara del sacrificio eucarístico y al mismo tiempo la mesa del Señor, alrededor de la cual los sacerdotes y los fieles, en una misma acción pero con funciones diversas, celebran el memorial de la muerte y resurrección de Cristo y comen la Cena del Señor. Por eso el altar, como mesa del banquete sacrificial, se viste y adorna festivamente. Ello significa claramente que es la mesa del Señor, a la cual todos los fieles se acercan alegres para nutrirse con el alimento celestial que es el cuerpo y la sangre de Cristo inmolado.

á) La iluminación del altar nos advierte que Cristo es la «luz para alumbrar a las naciones»21, con cuya claridad brilla la Iglesia y por ella toda la familia humana.

D. Celebración de la eucaristía
23. Una vez preparado el altar, el obispo celebra la eucaristía, que es la parte principal y más antigua del rito22. La celebración eucarística se relaciona íntimamente con él. En efecto;

— Con la celebración del sacrificio eucarístico se alcanza y se manifiesta el fin para el cual el altar ha sido construido.

— Además, la eucaristía, que santifica los corazones de quienes la reciben, consagra en cierta manera el altar, como lo afirman repetidas veces los antiguos Padres de la Iglesia: «Este altar es admirable porque, siendo piedra por su naturaleza, ha llegado a ser cosa santa después que recibió el cuerpo de Cristo”23

— También se hace evidente el nexo profundo que relaciona la dedicación de un altar con la celebración eucarística por el hecho de que la misa de dedicación tiene prefacio propio, estrechamente vinculado al rito.


t      IV. ADAPTACIÓN DEL RITO
Adaptaciones que competen a las Conferencias episcopales
24. Las Conferencias episcopales pueden adaptar este ritual a las costumbres de cada país, pero sin quitarle nada de su nobleza y solemnidad.

Con todo, se observarán estas normas:
a) Nunca se omitirá la celebración de la misa, con su prefacio propio, ni la oración de dedicación.
b) Se conservarán aquellos ritos que, por tradición litúrgica, tienen un peculiar significado y fuerza expresiva (cf. núm. 22, p. 436), a no ser que obsten graves razones, adaptando adecuadamente las fórmulas, si el caso lo requiere.

Al hacer las adaptaciones, la competente autoridad eclesiástica consultará a la Sede apostólica y con su aprobación introducirá las adaptaciones24.

Acomodaciones que competen a los ministros
25. Concierne al obispo y a quienes preparan la celebración del rito resolver sobre la oportunidad de colocar o no reliquias de santos, buscando ante todo el bien espiritual de los fieles y el verdadero sentido litúrgico, y observando lo prescrito en el número 11 (p. 433).

Corresponde al rector de la iglesia, en que se va a dedicar el altar, con la ayuda de los que cooperan en la actuación pastoral, determinar y preparar todo lo referente a las lecturas y cantos, así como los recursos encaminados a fomentar una provechosa participación del pueblo y a promover una decorosa celebración.


V. PREPARACIÓN PASTORAL
26. Se informará oportunamente a los fieles sobre la dedicación del nuevo altar, preparándolos además para que participen activamente en el rito. Con este fin, se les instruirá sobre el significado y ejecución de cada una de sus partes. Para esta catequesis puede servir lo que se dijo antes sobre la naturaleza y dignidad del altar y sobre el sentido y valor de los ritos. Así los fieles quedarán imbuidos del amor que se debe al altar.

VI. LO QUE DEBE PREPARARSE PARA LA DEDICACIÓN DE UN ALTAR
27. Para la dedicación de un altar, se preparará lo siguiente:
— el Misal romano, el Leccionario y el Pontifical romano;
— la cruz y el libro de los evangelios que se llevarán en la procesión;
— agua para bendecir y el hisopo;
— recipiente con el santo crisma;
— toallas para secar la mesa del altar;                                        '
— si es del caso, un mantel de lino encerado o un lienzo impermeable a la medida del altar;
— jarra y palangana con agua, toallas y todo lo necesario para lavar las manos del obispo;
— un gremial;
— un brasero para quemar incienso o aromas; o granos de incienso y cerillas para quemar sobre el altar;
— un incensario y la naveta con la cucharilla;
— cáliz, corporal, purificadores y manutergio
— pan, vino y agua para la misa;
— la cruz del altar, a no ser que ya haya una cruz situada en el presbiterio o que la cruz que se llevará en la procesión de entrada sea colocada luego cerca del altar;
— manteles, cirios, candelabros;
— si se quiere, flores.
28. En la misa de la dedicación de un altar se usarán vestiduras litúrgicas
de color blanco o festivo. Se preparará:
a) Para el obispo: alba, estola, casulla, mitra, báculo pastoral y palio,
si tiene facultad de usarlo.
b) Para los presbíteros concelebrantes: las vestiduras para concelebrar la misa.
c) Para los diáconos, albas, estolas y, si se quiete, dalmáticas.
á) Para los demás ministros: albas u otras vestiduras legítimamente aprobadas.

29. Si se van a colocar debajo del altar reliquias de santos, se preparará
lo siguiente:
a) En el lugar de donde sale la procesión:
— el cofre con las reliquias, rodeado de flores y antorchas;
— según las circunstancias, se puede colocar el cofre en un lugar apropiado del presbiterio, antes de comenzar el rito;
— para los diáconos que llevarán las reliquias: alba, estola de color rojo, si se trata de reliquias de mártires, o de color blanco, en los demás casos, y dalmáticas, si las hay disponibles; si las reliquias las llevan presbíteros, en lugar de las dalmáticas, se les prepararán casullas.
Pueden llevar las reliquias también otros ministros, revestidos con albas u otras vestiduras legítimamente aprobadas.
b) En el presbiterio: una mesa pequeña para colocar las reliquias mientras se realiza la primera parte del rito de la dedicación.
c) En la sacristía: mezcla de cemento para tapar la cavidad; ha de haber también un albañil que, a su tiempo, tapará el sepulcro de las reliquias.

30. Conviene conservar la costumbre de incluir dentro del cofre de las reliquias un pergamino en el cual se mencionarán el día, mes y año de la dedicación del altar, el nombre del obispo celebrante que preside la celebración, el titular de la iglesia y los nombres de los mártires o santos cuyas reliquias se colocan bajo el altar.
Se escribirán, también, las actas de la dedicación del altar en dos ejemplares, firmados por el obispo, el rector de la iglesia y delegados de la comunidad local. Un ejemplar se guardará en el archivo diocesano, otro en el de la iglesia.

Dedicación de un altar

RITOS INICIALES
Entrada en la iglesia
Estando reunido el pueblo, el obispo y los presbíteros concelebrantes, los diáconos y ministros, revestidos con sus respectivas vestiduras litúrgicas, salen de la sacristía, precedidos por el crucifero, y se dirigen hacia el presbiterio por la nave de la iglesia.
Las reliquias de los santos, si hay que ponerlas debajo del altar, se llevan en esa misma procesión de entrada, desde la sacristía o desde la capilla donde ya desde la vigilia han sido expuestas a la veneración de los fieles. Sin embargo, por una causa justa, se pueden colocar, antes del comienzo del rito, en un sitio adecuado del presbiterio, en medio de antorchas.
Durante la procesión, se canta una de las antífonas de entrada siguientes, con el salmo 42 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado:

R7. Fíjate, ¡oh Dios!, en nuestro Escudo,
mira el rostro de tu Ungido;
un solo día en tu casa
vale más que otros mil. (T. P. Aleluya.)
O bien:
Me acercaré al altar de Dios,
al Dios de mi alegría.
Hazme justicia, ¡oh Dios!, defiende mi causa
contra gente sin piedad,
sálvame del hombre traidor y malvado. R.
Tú eres mi Dios y protector,
¿por qué me rechazas?
¿Por qué voy andando sombrío.
hostigado por mi enemigo? R.
Envía tu luz y tu verdad:
que ellas me guíen
y me conduzcan hasta tu monte santo,
hasta tu morada. R.

Cuando tiene lugar el rito de colocar las reliquias, es muy conveniente celebrar una Vigilia junto a las reliquias del mártir o santo, según se dijo antes en el número 10 de la Introducción a la dedicación de una iglesia (p.382).


III. CELEBRACIÓN DE LA DEDICACIÓN
Ministro del rito
12. Es competencia del obispo, que tiene encomendado el cuidado pastoral de la Iglesia particular, dedicar a Dios los nuevos altares levantados en su diócesis. Si no puede hacerlo personalmente, confiará este oficio a otro obispo, en particular a quien tuviere como asociado y colaborador en el cuidado pastoral de los Fieles para quienes se erige el nuevo altar; en circunstancias  especialísimas, puede dar un mandato especial para ello a un presbítero.

Elección del día
13. Puesto que el altar llega a ser sagrado ante todo por la celebración eucarística, para conservar la verdad de las cosas se evitará celebrar la misa en el nuevo altar antes de su dedicación, de tal manera que la misa de la dedicación sea también la primera eucaristía que se celebra en ese altar.

14. Para dedicar un nuevo altar se elegirá un día en que sea posible gran asistencia de fieles, sobre todo el domingo, si no aconsejan otra cosa razones pastorales. Pero no se puede celebrar en la Semana santa, ni en el Miércoles de ceniza, ni en la Conmemoración de todos los fieles difuntos.

Misa de la dedicación
15. La celebración eucarística está íntimamente ligada al rito de la dedicación de un altar. Se dice la misa «En la dedicación de un altar». Pero, en la Natividad del Señor, en la Epifanía, en la Ascensión, en Pentecostés y en los domingos de Adviento, Cuaresma y Pascua, se dice la misa del día, salvo la oración sobre las ofrendas y el prefacio, que están íntimamente relacionados con el rito mismo.

16. Conviene que el obispo concelebre con los presbíteros presentes, particularmente con los responsables de la parroquia o de la comunidad para la cual se ha levantado el altar.


1. Cf. S. epifanio, Panano, II, 1, herejía 55: PG 41, 979; S. cikilo de alejandría, Sobre la adora-
ción con espíritu y verdad, 9: PG 68, 647.
2. Cf. Hb 4, 14; 13, 10.
3. Cf. Ap 5, 6.
4. Cf. Misal romano. Ordinario de la misa, Canon romano.
5. Carta a los Romanos II, 2: Funk, 1, 255.
6. Carta a los Filipenses IV, 3: Funk, 1, 301.
7. Homilías sobre el libro de Ezequieí II, 10, 19: PL 76, 1069.
8. Cf. orígenes, Homilías sobre el libro de Josué, 9, 1: SC 71, pp. 244 y 246.
9. Cf. ICo 10, 16-17.
10. Ordenación general del Misal romano, núm. 259.
11. Cf. Pío XII, Carta encíclica Mediator Dei: AAS 39 (1947), p. 5-29.
12.    Cf. Misal romano, Común de mártires 8, oración sobre las ofrendas.
13.    S. ambrosio, Carta 22, 13: PL 16, 1023; cf. pseudo máximo deturín, Sermón 78: PL 57, 689-690.
14.    Ap 6, 9.
15.    Cf. Ordenación general del Misal romano, núms. 265. 261.
16. Cf. Ordenación general ctel Misal romano, núm. 262.
17. Cf. ibid., núm. 263.
18. Contra Fausto. XX, 21 • PL 42, 384.
19. Cf. Ordenación general del Misal romano, núm. 266.
20. Cf. Ap 8, 3-4: Un ángel «vino y se puso en pie junto al altar, con un incensario de oro. Y se
le dio gran cantidad de incienso, para que lo ofreciese en representación de las oraciones de
todos los santos sobre el altar de oro, que está delante del trono. Y el humo del incienso subió a
la presencia de Dios, de mano del ángel, en representación de las oraciones de los santos.»
21. Le 2, 32.
22. Cf. vigilio, papa. Carta al obispo Profuturo, 4: PL 84, 832.
23. S. juan crisostomo, Homilías sobre la segunda carta a los Corintios, 20, 3: PG 61, 540.
24. Cf. concilio vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, número 40.


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